Una oleada de ocupaciones de edificios universitarios tuvo lugar en respuesta a las medidas de austeridad tras la recesión de 2008. Ahora que el movimiento de solidaridad con Gaza empieza a desarrollarse con campamentos y ocupaciones de edificios, podría ser instructivo aprender de la generación anterior de activistas estudiantiles.
El 22 de abril de 2024, inspirados por la resistencia del campamento de solidaridad con Gaza en la Universidad de Columbia y otras manifestantes de todo el país, los y las estudiantes de Cal Poly Humboldt en Arcata, California, ocuparon el Siemens Hall. Esta fue la primera ocupación de un edificio de una oleada de manifestaciones estudiantiles en solidaridad con Palestina.
La policía intentó asaltar el Siemens Hall para desalojarlo; infligieron heridas graves a algunos estudiantes, pero no consiguieron entrar. Los agentes establecieron un perímetro alrededor del edificio, pero los y las estudiantes y el profesorado de la universidad se congregaron en torno a ellos, rodeándolos y coreando “¡Reduce marchándote!”. Al final, los medios de comunicación locales informaron de que la policía se vio obligada a retirarse:
10:50 pm: Todas las fuerzas del orden han salido de delante del edificio y parecen estar abandonando el campus. El tráfico de los escáneres parece confirmar que las fuerzas del orden han abandonado el lugar. Un oficial dijo que las fuerzas del orden están siendo “disueltas”. Los estudiantes están entrando y saliendo del edificio ocupado.
“¡Los polis a casa!”, corean victoriosos los estudiantes. “¡Poder popular! Somos más fuertes!”.
Tomar un edificio y obligar a la policía a salir del campus no es habitual en la era de la militarización policial. Sin embargo, no es la primera vez en este siglo que los movimientos estudiantiles emplean estas tácticas. Entre diciembre de 2008 y marzo de 2010, una oleada de ocupaciones de edificios por parte de estudiantes contribuyó a desencadenar una nueva era de lucha combativa de base. Estas ocupaciones de edificios, que empezaron con unos pocos participantes, acabaron inspirando el movimiento Occupy, que catalizó la acción de decenas de miles de personas.
El siguiente texto narra el surgimiento de esta oleada de ocupaciones de edificios desde la perspectiva de quienes ayudaron a iniciarla, primero en Nueva York y luego en California. Este artículo apareció originalmente en el número 9 de Rolling Thunder, nuestro Anarchist Journal of Dangerous Living. Aparece aquí con un puñado de modificaciones que reflejan la década y media que ha pasado desde entonces.
Ocupaciones de costa a costa
“Las próximas ocupaciones no tendrán fin a la vista, ni medios para resolverlas. Cuando eso ocurra, estaremos finalmente preparadas para abandonarlas”.
Así aprendemos, así luchamos
Por una participante en las ocupaciones de la ciudad de Nueva York de 2008-2009.
En diciembre de 2008, el mes de la rebelión griega, el muy odiado presidente de la New School for Social Research de Nueva York despidió al rector y se nombró a sí mismo. También redujo la biblioteca a la mitad, cerró un edificio donde se reunían los estudiantes y subió la matrícula. Cuando el 10 de diciembre el claustro de profesores votó en su contra, los estudiantes, hasta entonces apáticos, se unieron a los entrenados por las batallas en la cumbre para pasar a la acción. Los grupos activistas estándar del campus SDS [Estudiantes por una Sociedad Democrática] querían esperar al momento adecuado: “el movimiento no está preparado”, “necesitamos más números”. Nosotras pensábamos lo contrario.
Tras dos agotadoras reuniones, el 16 de diciembre a las 8 de la tarde, treinta estudiantes y no estudiantes tomaron la primera planta del 65 de la 5ª Avenida, en pleno Manhattan, bloqueando las salidas con sillas, mesas y cubos de basura de la cafetería. En pocas horas, cientos de personas salieron en su apoyo, y estudiantes que hasta entonces sólo habían leído a Hegel se enfrentaban a los guardias de seguridad con mesas y bloqueaban las calles del exterior. Esto duró desde el miércoles por la noche hasta el viernes por la mañana. Los grupos autoritarios lanzaron demandas y los y las autónomas conspiraron para atraer a más gente y ampliar la ocupación. En momentos clave, contra el consenso formal de algunos, los amigos de lo ajeno irrumpieron con acciones espectaculares. Una marcha de solidaridad griega pasó por allí y animó la fiesta con un centenar más de anarquistas. El presidente fue perseguido por la calle hasta su casa, y cedió a algunas de las demandas poco después. Nos fuimos sin repercusiones, pero con la amargura de que la universidad siguiera funcionando.
Tras las vacaciones de invierno, se urdió un plan para continuar la lucha con una acción más audaz. Con docenas de nuevas personas radicalizadas y cientos de nuevos simpatizantes, pusimos el listón muy alto: queríamos el jodido entero edificio. Anunciamos pronto nuestra amenaza: El 1 de abril cerramos la escuela a menos que el presidente renuncie. Distribuimos nuestros análisis por todas partes y continuamos con pequeñas escaladas: clases ilegales, pintadas, vandalismo, ocupaciones “abiertas”.
La Universidad de Nueva York [NYU] se unió a la ola y ocupó su edificio de estudiantes en febrero, a lo que nos sumamos con gusto. Tras un conflicto callejero masivo en el exterior y tres días atrincherados en el interior, nos marchamos sin cargos. Llegó el 1 de abril y nuestro plan fue delatado, así que aguantamos una semana más hasta la feria del libro anarquista de NYC. Pensaron que nos habíamos rendido, pero entramos como ladrones en la noche y tomamos todo el edificio, todo con sólo 19 personas, estudiantes y no estudiantes. Esta vez la universidad no estaba jugando.
Más de doscientos vehículos policiales respondieron, junto con helicópteros, unidades de emergencia y hordas de SWAT, JTTE y otros equipos; cerraron tres calles y clausuraron Union Square. Tardaron siete horas en abrirse paso a golpe de motosierra. Nuestros amigos y amigas provocaron un conflicto en el exterior como distracción, pero los y las que estaban dentro no pudieron escapar. La ocupación terminó antes de que nuestros simpatizantes pudieran iniciar un motín, pero la acción causó conmoción en todo el país.
En septiembre, la gente de la Universidad de California en Santa Cruz subió un peldaño más, ocupando un centro de estudiantes durante una semana sin exigir nada y, en noviembre, ocupando dos enormes edificios durante más de una semana. UC Davis, UCLA, SFSU y Berkeley fueron ocupadas después de eso, subiendo el listón cada vez, y después parecía que sólo quedaban dos opciones: cerrar más universidades con múltiples ocupaciones, o extender la lucha a la ciudad y continuarla allí.
[El texto anterior se escribió a principios de 2010; de hecho, aunque el movimiento de ocupación estudiantil se apagó después, el propio movimiento de ocupación estalló en el espacio público en 2011 con el movimiento Occupy.]
Reflexiones para futuros ocupantes
Conclusiones de las ocupaciones de escuelas nuevas de 2008-2009 en la ciudad de Nueva York.
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No es necesario convencer a todo el mundo antes de la ocupación. Todo el mundo conoce la situación. Sólo necesitas empezar la fiesta.
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No se necesita mucha gente para iniciar una ocupación: al menos diez, quizá menos. Basta con mantenerla hasta que la gente venga. Lo que ocurre fuera es más importante que lo que ocurre dentro.
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No hace falta mucho tiempo para prepararse. La primera la organizamos en dos días con doce personas. Basta con llevar algunos candados y cadenas y aprovechar los materiales del edificio.
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Cuando tomes un edificio, no hagas inmediatamente una reunión. Eso es un error. Empieza a cambiar el espacio, a prepararlo, a remodelarlo según tus deseos.
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Una ocupación debe expandirse; de lo contrario, muere.
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Hay ocupaciones duras, blandas, abiertas y cerradas. Hay ocupaciones en una habitación, en un piso, en un edificio y en varios sitios. Cada ocupación exige su propio estilo.
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Las exigencias son innecesarias; lo que cuenta es la acción.
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Si sabes que la ocupación va a terminar, escapa pronto o termínala con un motín. Cualquier otra cosa arruinará las posibilidades futuras.
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Las ocupaciones no bastan: deben combinarse con otras formas de acción si queremos que tengan sentido en el futuro.
La rebelión de Berkeley: Un semestre en estado de sitio
Por Josh Wolf.
“Llega un momento en que el funcionamiento de la máquina se vuelve tan odioso, te pone tan enfermo del corazón, que no puedes participar; ni siquiera puedes participar pasivamente, y tienes que poner tu cuerpo sobre los engranajes y sobre las ruedas, sobre las palancas, sobre todo el aparato, y tienes que hacer que se pare. Y tenéis que indicar a la gente que la maneja, a la gente que la posee, que a menos que seáis libres, la máquina no podrá funcionar en absoluto”.
Cuarenta y cinco años después de que Mario Savio1 pronunciara esas palabras en la escalinata del Sproul Hall de la Universidad de California en Berkeley, estalló una nueva revuelta estudiantil en el campus.
Con el presupuesto del estado de California a duras penas cerrado, los recortes en la educación pública y el aumento de las tasas de los sistemas universitarios públicos del estado se hacían casi seguros. Los trabajadores estatales perdieron sus salarios en forma de permisos no retribuidos; otros fueron despedidos. Los regentes de la Universidad de California, un consejo formado en su mayoría por magnates ricos nombrados por el gobernador, propusieron aumentar las tasas de los estudiantes para ayudar a compensar los recortes presupuestarios.
Todo esto desencadenó huelgas y protestas en todas las universidades públicas y colegios comunitarios del estado a finales de septiembre. En la Universidad de Berkeley, trabajadores, profesores y estudiantes convocaron una huelga el 24 de septiembre de 2009. Organizadores de la Asociación de Estudiantes, la Asociación Estadounidense de Profesores Universitarios y una amplia variedad de otros grupos respaldaron la huelga de un día. El día señalado, unas 5.000 personas se reunieron en el campus para una concentración que se transformó en una marcha por el centro de Berkeley.
Como era de esperar, ni ésta ni otras numerosas manifestaciones hicieron cambiar de opinión a los regentes de la UC, que tenían previsto aprobar una subida masiva de tasas el 19 de noviembre. En previsión de ello, estudiantes y trabajadores iniciaron una huelga en varios campus el día anterior. Además de la subida de las tasas, protestaban contra la privatización del sistema público de educación, que depende cada vez más del dinero de las empresas, los despidos masivos y las continuas suspensiones de empleo.
Dos días más tarde, después de que los regentes aprobaran el aumento de las tasas, unas cuarenta personas se colaron en el Wheeler Hall de la Universidad de Berkeley antes del amanecer y cerraron todas las puertas. Algunas de las personas ocupadoras se conocían entre sí y llevaban meses organizándose juntas; otras habían tropezado con la ocupación tras unirse a una marcha el día anterior. La mayoría eran estudiantes universitarias. Todas esperaban que la policía derribara las puertas a primera hora de la mañana siguiente.
La primera ocupación de Wheeler Hall
La policía de la UC descubrió nuestra ocupación sobre las 6 de la mañana; no tardaron en averiguar cómo entrar. La mayoría de nosotros estábamos reunidos en el segundo piso, pero unos pocos estaban asegurando el sótano cuando oímos la conmoción.
“¡Están dentro!”, jadeó un estudiante que acababa de subir corriendo las escaleras, escapando a duras penas de la detención. Tres detrás de él no tuvieron tanta suerte; pronto nos enteraríamos de que habían sido acusados de un delito grave de allanamiento de morada.
Se echó la camisa hacia atrás para mostrar las marcas rojas de la porra de un agente. Alguien cerró la puerta tras él y la aseguró.
Mientras que algunas personas participantes habían planeado ocupar un edificio antes de que empezara el semestre, otras sólo habían tenido unos minutos para prepararse. La primera y única reunión había tenido lugar menos de doce horas antes. Rápidamente se hizo evidente que los candados y cadenas que la gente había traído no serían suficientes para asegurar adecuadamente las puertas. Registrando el edificio, los estudiantes encontraron un montón de mesas y sillas de madera con pequeños escritorios. Parecían encajar perfectamente entre las puertas, que cerraban con correas de embalaje.
Sin embargo, en el piso de abajo no aguantaron más que unos minutos. Estábamos seguros de que la policía irrumpiría en cualquier momento. La gente apretaba sus cuerpos contra las puertas y se agarraba a los tiradores en cada una de las cuatro entradas de la planta.
Como periodista, al principio intenté actuar como un “observador objetivo”, manteniéndome al margen de la acción mientras mis compañeros y compañeras ponían literalmente sus cuerpos entre la policía antidisturbios y yo. Más tarde, una chica me pidió que la ayudara a tomar un descanso; al darme cuenta de lo ridículo que era pensar que podía seguir siendo un observador imparcial en una situación así, acepté un turno sujetando la puerta. Me alegro de haberlo hecho; cuando llegó el momento de detener a las personas que estaban dentro, a la policía no le importó que yo estuviera allí como periodista con un pase de prensa expedido por la policía colgado del cuello.
Con la policía separada de nosotros sólo por una puerta de madera sostenida por un puñado de personas, nos dimos cuenta de que estaban a punto de llevarnos a la cárcel sin ni siquiera interrumpir brevemente la máquina.
“¿Alguien ha llamado a los medios de comunicación?” Un puñado de ordenadores portátiles aparecieron de las bolsas de libros y la gente corrió a buscar los números de teléfono de las cadenas de televisión locales. Otra persona empezó a publicar en indymedia, mientras otros llamaban a sus amigos para decirles que estábamos dentro. Un estudiante copió todos nuestros nombres y contactos de emergencia y los envió por correo electrónico al Gremio Nacional de Abogados. Otros estudiantes se sentaron a redactar una lista de reivindicaciones.
Todas las personas presentes habíamos acordado antes de la ocupación que uno de los objetivos de nuestra acción sería obligar a la universidad a volver a contratar a treinta y ocho conserjes de la Federación Estadounidense de Empleados Estatales, Municipales y de Condados (AFSCME), que habían sido despedidos. Alguien sugirió que exigiéramos la amnistía para nuestros amigos y amigas detenidas anteriormente y que ahora se enfrentaban a cargos por delitos graves. ¿Por qué no también para nosotras? Estipulamos que nadie debía ser acusado ni sufrir medidas disciplinarias por participar en la protesta.
El pequeño grupo añadió dos demandas más: que la universidad renovara su contrato de arrendamiento con la Rochdale Co-op - había estado amenazando con utilizar el edificio para viviendas de estudiantes a precio de mercado- y que iniciara negociaciones de buena fe para renovar los contratos de arrendamiento de las empresas locales, en su mayoría propiedad de minorías, del patio de comidas Bear’s Lair. Aunque fue imposible reunirse para llegar a un consenso con los estudiantes repartidos vigilando las entradas, la noticia de estas demandas circuló rápidamente y nadie pareció poner objeciones.
Más tarde, muchas personas de fuera nos preguntaron por qué no exigíamos a la administración que revocara la subida de tasas. Uno de los ocupantes respondió que nos habíamos limitado a hacer peticiones que la administración de Berkeley tenía realmente el poder de conceder. Era una decisión acertada desde el punto de vista táctico, pero no la habíamos tomado juntas. Tras meses de reuniones y protestas, los y las participantes se vieron de repente obligados a tomar decisiones rápidamente -a veces de forma independiente- mientras luchaban por mantener viva la ocupación.
A medida que los minutos se convertían en horas, empezaron a llegar espectadores al exterior del Wheeler Hall. Al principio, sólo había un estudiante por aquí y un cámara por allá, pero pronto se formó una multitud que empezó a crecer. Se formó un piquete de estudiantes que bloqueaba el paso a clase. El sindicato AFSCME reforzó el piquete estudiantil, que acabó convirtiéndose en una barricada de parsonas sentadas, antes de ser envuelto por la multitud. Dentro, se oían los golpes de la policía y los tirones de las manillas, pero las puertas resistieron.
Una persona gritaba: “¿De quién es la universidad?”
Y los pasillos resonaban con el sonido de cuarenta voces decididas: “¡Nuestra universidad!”
A las 9:13 de la mañana, el canciller Robert Birgeneau envió un correo electrónico a todo el campus instando a estudiantes, personal y profesores a evitar Wheeler Hall hasta nuevo aviso. Por supuesto, el comunicado del Canciller no hizo sino atraer a docenas de personas más a la multitud, que se había reunido frente a la ventana del aula donde algunas de nosotras nos habíamos congregado. Actuando como enlace policial, uno de los ocupantes llamó a la policía para comunicarle nuestras reivindicaciones y hablar de posibles negociaciones. El agente le dijo que volvería a llamar más tarde. Al cabo de un rato, la agente volvió a llamar sólo para repetir que volvería a llamar más tarde.
La multitud siguió creciendo a lo largo del día. La fuerza policial también aumentó, ya que agentes del Departamento de Policía de Berkeley y ayudantes del sheriff del condado de Alameda se unieron a la policía de la UC en el edificio y sus alrededores.
La policía levantó barricadas metálicas alrededor del perímetro del edificio y atacó repetidamente a los estudiantes que se acercaban. Un agente destrozó la muñeca de una estudiante que apoyaba la mano en la barricada. Otro agente disparó a un estudiante en el estómago con una bala de goma, y la policía hirió a otros muchos con sus porras. En respuesta, los y las estudiantes resistieron físicamente los intentos de introducir más agentes en el edificio y de controlar a la multitud; algunas incluso se enfrentaron a la policía.
Finalmente, la administración anunció que quería negociar. Nos ofrecimos a negociar en el césped público de la ventana, en la emisora de radio local o incluso en privado por teléfono, pero el jefe de policía nos exigió que retiráramos las barricadas y les dejáramos entrar primero.
Nos olimos una traición y rechazamos la oferta. Todo el mundo siguió manteniendo las barricadas mientras pasaba la tarde y la multitud seguía creciendo. Cuando oscureció, una de nosotras gritó para preguntar si la gente se quedaría toda la noche. La multitud vitoreó: estaban allí para quedarse. Poco antes de las 6 de la tarde, se oyeron unos golpes ensordecedores en todas las puertas bloqueadas a la vez. ¿La policía estaba forzando las puertas con arietes? El miedo y la incertidumbre se apoderaron de nosotros y nosotras.
Al poco tiempo, el grupo que defendía una de las entradas abandonó su puesto y corrió al aula que daba a la ventana sobre la multitud. Habíamos hablado de retirarnos a esta aula cuando la policía penetrara finalmente por nuestras defensas, para que la multitud de fuera fuera testigo de su comportamiento mientras nuestras cámaras lo captaban desde dentro.
Todos nos habíamos metido en la sala y llevábamos un rato sentados allí, con las manos sobre la cabeza, cuando por fin la policía atravesó las barricadas. Observamos en silencio cómo pasaban corriendo por delante de la puerta, luego volvían para desbloquearla y comunicarnos que todas las personas estábamos detenidas.
Pero para entonces la multitud había crecido hasta superar el millar de estudiantes enfurecidos, y todas las cámaras de los medios de comunicación, convencionales e independientes, estaban enfocando Wheeler Hall. La universidad se dio cuenta de que no podía acusarnos de los delitos graves que la policía había difundido ese mismo día. Con la volátil multitud que rodeaba el edificio, la policía ni siquiera nos llevó a la cárcel. En su lugar, nos retuvieron en el pasillo y nos entregaron una citación por un delito menor de allanamiento de morada, que el fiscal del distrito retiró posteriormente. Luego nos escoltaron fuera de Wheeler Hall hacia el resplandor de los focos de alta intensidad y multitudes que vitoreaban.
Fue un poco incómodo: sabíamos que no éramos nosotras cuarenta y tres las que habíamos convertido la ocupación en un acontecimiento tan importante, sino los miles de personas que estaban fuera.
Este mensaje fue repetido por otras personas que habían estado dentro del edificio, mientras nos pasábamos un megáfono delante de un viejo árbol en el borde de la multitud. Se respiraba revolución en el aire y sentíamos que estábamos haciendo historia.
Un malestar creciente
Las semanas siguientes estuvieron marcadas por una serie de acciones.
Associated Students organizó un foro con la policía para discutir el comportamiento de la policía fuera de Wheeler Hall durante la ocupación. En lugar de participar en un proceso que nunca daría resultados, un estudiante se subió a una silla y agredió verbalmente a la policía, tras lo cual unos treinta de nosotros -el noventa por ciento de la gente que estaba dentro- nos marchamos para celebrar nuestra propia reunión.
El 3 de diciembre, aniversario del famoso discurso del Movimiento por la Libertad de Expresión de Mario Savio, Associated Students intentó una vez más restar poder a los estudiantes celebrando una conmemoración “apolítica” del discurso. Nos propusimos interrumpirla, argumentando que el Movimiento por la Libertad de Expresión era cualquier cosa menos apolítico y que todavía no había libertad de expresión en el campus. Llegamos con octavillas y pancartas. Cuando la gente empezó a pegar pancartas en la pared del Sproul Hall, la policía las retiró y se negó a devolverlas; esto dejó de ser un problema cuando llegaron las cámaras.
Los veteranos del movimiento hablaron junto a los estudiantes actuales sobre las crisis pasadas y presentes; todos parecían estar de acuerdo en que la mejor manera de conmemorar el Movimiento por la Libertad de Expresión sería tener libertad de expresión. Pero a la 1 de la tarde, la hora de libertad de expresión sancionada por la universidad se interrumpió abruptamente cuando el sistema de megafonía se apagó sin previo aviso. Un profesor de la UC que había participado en el Movimiento por la Libertad de Expresión cuando era estudiante estaba en mitad de su sentencia.
Desde la escalinata de Sproul, el grupo de cincuenta o más personas marchó por el campus y terminó en el patio de comidas Bear’s Lair para celebrar una reunión. A diferencia de las reuniones anteriores, ésta parecía tener una dirección y un propósito concretos.
Cuando bloqueamos las puertas de Wheeler Hall el 20 de noviembre, seguimos el ejemplo de Savio y arrojamos nuestros cuerpos sobre los engranajes, demostrando que teníamos el poder de hacer que la máquina se detuviera. Ahora era el momento de demostrar que también teníamos el poder de darle vida.
Live Week: Se vuelve a ocupar Wheeler Hall
En Berkeley, la última semana antes de los exámenes finales se conoce como “semana muerta” porque no hay clases programadas, aunque algunos profesores dan clase de todos modos. Como muchas aulas permanecen vacías durante la semana mientras que los estudiantes disponen de un espacio de estudio limitado, decidimos volver a Wheeler y transformarlo en una ocupación abierta: La Semana Viva.
Seguimos el modelo de las ocupaciones europeas de principios de año. No sellaríamos las puertas con candados y cadenas, sino que simplemente ocuparíamos el espacio con nuestros cuerpos, demostrando una alternativa al sistema universitario.
Durante los preparativos de la Semana Viva, se notó la ausencia de algunas de las personas organizadoras que habían estado activas a principios de semestre. Muchos de los grupos implicados en el movimiento se habían reunido en una conferencia a finales de octubre para empezar a planificar un “día de acción” para el siguiente mes de marzo, y parecía que estas personas, muchas de las cuales participaban en grupos socialistas universitarios, pensaban que nuestra energía estaría mejor empleada trabajando en este futuro evento.
Tras unas pocas reuniones de planificación, llegamos el lunes sobre las 14.30 y montamos un puesto informativo en el vestíbulo. Los estudiantes se detenían a recoger un fanzine o una taza de café al salir de la sesión de repaso en el auditorio; mientras tanto, a medida que la clase se dispersaba, nosotros nos reuníamos dentro.
Poco antes de que un profesor de la UC empezara una conferencia sobre los problemas sistémicos del sistema educativo público, nos dijeron que teníamos que abandonar el auditorio a menos que estuviéramos dispuestos a alquilárselo a la escuela.
Nos negamos y la conferencia continuó como estaba previsto. Compartimos una comida vegetariana comunitaria que unos cuantos estudiantes habían preparado en una cooperativa estudiantil utilizando alimentos donados. Después de la cena, nos volvieron a decir que teníamos que marcharnos. Finalmente apareció la policía, nos enfocó con sus cámaras y nos informó de que si no nos marchábamos nos podían detener o acusar por conducta estudiantil. Eran alrededor de las 20.00 horas, dos horas antes del cierre previsto del edificio.
Nos quedamos y la policía no hizo nada. Casi un centenar de personas celebramos la primera asamblea general de la ocupación. Poco antes de las 23.00, la policía volvió con sus cámaras y repitió su orden formal. Esta vez éramos más y parecía posible que nos detuvieran.
Los agentes se apostaron en las puertas para impedir que entrara más gente. Algunas personas que no querían arriesgarse a ser detenidas se marcharon, pero la mayoría se quedó, y los esfuerzos por impedir que entrara más gente resultaron infructuosos. Hacia medianoche, los agentes desistieron de intentar impedir la entrada y la mayoría se marchó. Habíamos ganado la batalla.
Algunas personas patrullaron el espacio durante toda la noche por si volvía la policía. Otros se dedicaron a limpiar para preparar la reanudación de las clases por la mañana.
A la mañana siguiente, la Semana Viva se había convertido en parte de la universidad. La transformación se extendió más allá de Wheeler Hall. Al principio fue sutil: los y las estudiantes se miraban a los ojos cuando antes no lo hacían, intercambiaban algunos saludos más amistosos.
Sin embargo, al reclamar un edificio a la administración, habíamos empezado a darnos cuenta de nuestro potencial. El despertar fue contagioso: empezaron a acudir a Wheeler estudiantes de toda la universidad.
No venían a las reuniones de creación de movimientos. No venían por las fiestas de baile, los conciertos de rock y los espectáculos de hip-hop. Ni siquiera venían por la comida gratis. No, al no tener otro lugar donde estudiar a altas horas de la noche, las aulas se convirtieron en una vibrante sala de estudio; de hecho, alguien pintó una pancarta en la que se leía “sala de estudio” para indicar dónde podían encontrar los estudiantes un lugar tranquilo donde preparar sus exámenes.
En las reuniones que se celebraron tras el inicio de la ocupación, los y las activistas se preguntaron por qué no habíamos conseguido una mayor participación. Llevábamos varios días ocupando el edificio, pero éramos muy pocas. La primera noche había más de cien personas en la asamblea general, pero ahora había quizá veinte. Otros cincuenta o sesenta estudiantes estaban estudiando en las aulas en cualquier momento de la noche, pero con decenas de miles de estudiantes en el campus, ¿dónde estaba todo el mundo? Alguien sugirió que organizáramos un concierto con un grupo famoso para atraer a la gente. ¿Tal vez The Coup?
Al día siguiente se confirmó la presencia de Boots Riley, de The Coup, y se distribuyeron folletos promocionando el espectáculo. Mientras tanto, surgió un debate sobre si la ocupación debía continuar después del espectáculo del viernes por la noche. Al final, la mayoría acordó limpiar y desalojar el edificio antes de que empezaran los exámenes finales el sábado por la mañana.
Pero el viernes temprano, sobre las 4.30 de la madrugada, mientras todas las personas ocupantes dormían o estaban inmersos en sus estudios, la policía irrumpió en el local. Los agentes esposaron las puertas para impedir que nadie saliera y despertaron a todas las personas con la noticia de que estaban detenidas.
Al principio, la policía dijo a los y las estudiantes que no era necesario que se vistieran y que no serían detenidas. Pero cambiaron de planes después de conducir a los estudiantes, algunos en calzoncillos y descalzos, a un aula del sótano.
Tras ser acusados de un delito menor de allanamiento, los y las estudiantes fueron trasladados a Santa Rita, la principal cárcel del condado de Alameda. La mayoría no fueron puestos en libertad hasta última hora de la tarde o primera de la noche. Se detuvo a 66 personas, 42 de ellas estudiantes. La mayoría de las personas no estudiantes eran personas que vivían en la calle y habían sido invitadas a entrar en Wheeler para escapar de la fría lluvia.
Contraataque
Enfadadas por las detenciones y decididas a que el espectáculo continuara, algunas personas organizadoras anunciaron que el concierto seguía en pie y convocaron a la gente a reunirse fuera del Wheeler Hall. Después de horas de intentar sin éxito encontrar un local, en el último momento alguien convenció a Casa Zimbabwe, una cooperativa situada al norte del campus, para que acogiera el espectáculo.
Esa noche, docenas de activistas de todo el estado se reunieron frente a Wheeler Hall bajo una lluvia torrencial para mostrar su apoyo a la rebelión de Berkeley. Algunos y algunas estudiantes vinieron desde UCLA; otros llegaron desde UC Santa Cruz, UC Davis y San Francisco State. Marchamos por el oscuro campus hasta la cooperativa, donde actuaron varias bandas en el garaje subterráneo, entre ellas Boots Riley con Roberto Miguel a la guitarra. Tras el concierto, algunas personas asistentes se pusieron máscaras negras y regresaron al campus para responder a la agresión de esa mañana.
Unas sesenta personas marcharon por Euclid Avenue, una calle cercana a la parte norte del campus, hacia las once de la noche. Algunas personas derribaron puestos de periódicos y los arrastraron a la carretera. Otros los arrastraron fuera de la carretera y los volvieron a colocar en la acera. La multitud que coreaba las consignas dio media vuelta y se dirigió hacia el borde del campus por Hearst Avenue.
Alguien encendió media docena o más de antorchas y las repartió mientras la multitud giraba hacia el camino pavimentado que lleva a la Casa de la Universidad, la residencia del rector en el campus. A medida que la multitud se acercaba, la energía aumentaba. Algunos individuos salieron del mar negro, rompieron las farolas de la entrada a la casa del rector y volcaron las macetas que había delante. Según informes posteriores, se lanzaron objetos incendiarios contra la casa y se rompieron las ventanas.
Se acercó un coche de policía, con las sirenas encendidas y las luces parpadeantes, y la multitud se dispersó. Los participantes se quitaron los pañuelos y se mezclaron rápidamente con los grupos dispersos de estudiantes que caminaban bajo la lluvia. Otros coches patrulla llegaron desde todas las direcciones, mientras unos seguían corriendo y otros intentaban alejarse con calma.
Ocho personas fueron detenidas esa noche. Se les acusó de disturbios, amenazas a un funcionario de educación, intento de robo, intento de incendio de un edificio ocupado, delito grave de vandalismo y agresión con arma mortal a un agente de policía; la UCPD alegó que, cuando se presentaron en el lugar de los hechos, les arrojaron “cosas ardiendo” contra sus coches. Al día siguiente, el gobernador Arnold Schwarzenegger calificó la marcha a la casa del rector de terrorismo. El rector declaró a los medios de comunicación que él y su esposa habían temido por sus vidas. Una vez más, el movimiento estudiantil de la Universidad de Berkeley fue noticia nacional.
Resultó que la policía sólo había conseguido capturar a los que decidieron no huir. Entre los detenidos había un periodista que estaba documentando los acontecimientos esa noche y varios estudiantes y no estudiantes que no participaron en la destrucción de la propiedad, según los testigos. Tras pagar una fianza de más de 130.000 dólares, muchas de las personas detenidas pasaron el fin de semana en la cárcel a la espera de la comparecencia. Pero el fiscal del distrito retiró todos los cargos y fueron puestos en libertad tras su comparecencia ante el tribunal.
Aunque muchos miembros del movimiento estudiantil criticaron el ataque a la casa del rector, otros lo defendieron como una respuesta legítima al terror que la policía había infligido a los estudiantes detenidos esa misma mañana en la ocupación de Wheeler. Algunos estudiantes temían que el movimiento perdiera apoyo ahora que los manifestantes habían recurrido a la violencia; otros se preguntaban si los daños a la propiedad en la casa del canciller debían considerarse violencia. Argumentaron que la respuesta parecía apropiada en vista de la violencia ejercida por la universidad contra sus propios estudiantes.
En otros círculos, parecía que el ataque en sí no era tan ofensivo como el hecho de que los estudiantes hubieran actuado de forma autónoma. “¿Qué les hace pensar a esos individuos que tienen derecho a imponer sus opiniones políticas a todo el grupo?”, reclamaba un estudiante en un correo electrónico enviado a una lista de distribución del campus. “¡Esta hipocresía debe ser intolerable para TODO el grupo! No podemos permitir que vuelva a ocurrir. Si alguien piensa que es apropiado que individuos tomen medidas unilaterales, sin el consenso de la asamblea general, entonces lo situo en la misma categoría que (el presidente de la UC Mark) Yudof”.
Aunque ésta parecía ser una perspectiva minoritaria, muchos se preguntaban si la acción frente a la casa del canciller era acertada desde el punto de vista táctico. Les preocupaba que, si queríamos que la administración colaborara con nosotros para realizar los cambios que exigíamos, este asalto pudiera obstaculizar nuestros objetivos. Pero otros dudaban de que pudiéramos ganar la guerra por la educación pública sin este tipo de escaramuzas: a menos que podamos amenazar el statu quo, ¿qué influencia tienen los estudiantes contra la universidad?
Estas disputas amenazaron con dividir el movimiento, pero aun así los y las estudiantes se reunieron para las comparecencias ante los tribunales y las vistas disciplinarias. Unas cuarenta personas se reunieron para un picnic de fin de curso en People’s Park antes de que los y las estudiantes se marcharan a las vacaciones de invierno.
“Creo que la administración de la universidad no sólo preparó el terreno para un giro violento en las protestas con actos que han elevado repetidamente las tensiones y socavado la creencia en su buena voluntad, sino que en realidad participó en la mayor parte de la violencia que se ha producido.”
-El profesor de educación Daniel Peristein, tras presenciar los sucesos de la casa del canciller desde la ventana de su despacho.
Después
El 6 de enero de 2010, el gobernador Arnold Schwarzenegger propuso una enmienda constitucional estatal que exigía que el presupuesto del estado asignara al menos el diez por ciento de sus fondos al sistema universitario estatal. Dijo que el dinero debería proceder de recortes en las prisiones estatales.
Sin embargo, en lugar de reducir las condenas draconianas y poner en libertad a los delincuentes no violentos, Schwarzenegger sugirió que el estado podría ahorrar dinero privatizando las prisiones. Aunque los estudiantes habían exigido “Libros, no rejas” durante todo el semestre, nadie pedía la privatización. El gobernador había dado con una artera forma de enfrentar a estudiantes y personas presas. La mayoría de los activistas estudiantiles tacharon el anuncio del gobernador de palabrería hueca.
A pesar de todo, se respiraba un aire de victoria. “Esas protestas en los campus de la UC fueron el punto de inflexión”, reconoció la jefa de gabinete del gobernador, Susan Kennedy, en el New York Times, que olvidó mencionar que la vez anterior que el gobernador había hablado de las protestas en la UC las había calificado de terrorismo. Aunque Kennedy no sugirió que fuera la marcha a casa del rector lo que llevó al gobernador a actuar, la combinación de organización pacífica y de confrontación ha demostrado históricamente ser una receta poderosa.
Se programó una movilización masiva para el 4 de marzo de 2010. Habían convocado una huelga general, y había previstas reuniones en todos los campus universitarios del estado. Pero con más de un mes de vacaciones entre los dos semestres, el impulso se apagó.
La marcha del 4 de marzo de 2010 no revitalizó el movimiento; su punto álgido ya había pasado. Pero sí reunió a muchas de las personas que pasarían a participar en el movimiento Occupy en otoño de 2011, bajo lemas -como “Ocupadlo todo”- que en un principio solo habían empleado los participantes más tolerantes al riesgo y más radicales del movimiento estudiantil.
Más información
- After the Fall: Communiqués from Occupied California, 2010
- Bloqueo, ocupación, contraataque
- Comunicado de un futuro ausente
- Guía de la ocupación-edición de 2024
- Primero tomamos Columbia-edición de abril de 2024
- Ocupación en la nueva escuela, 2009
- Ocupaciones universitarias-Francia 1968, 2006; Grecia 2006; NYC 2008-9
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Mario Savio (1942-1996) fue uno de los líderes del Movimiento por la Libertad de Expresión de Berkeley. El 2 de diciembre de 1964, Savio pronunció un famoso discurso frente al Sproul Hall, que era el principal edificio administrativo de la universidad en aquella época. ↩